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Foto del escritorCírculo de Fantasía

TOTTENSONNTAG

Hoy, vamos con un relato del compañero Lord Alce, un escalofriante corto sobre el terror de la guerra... y el terror con que el maestro Lovecraft nos hace temblar.


TOTTENSONNTAG (1)

Walter Neumann-Silkow, comandante de la decimoquinta división Panzer del ejército alemán, contemplaba los mapas de operaciones desperdigados sobre su mesa en el interior de su tienda de campaña. La tarde era calurosa, como correspondía a la zona previa al desierto del Sáhara aunque estuviese terminando noviembre, y se había desabotonado la guerrera de su uniforme para intentar aliviar el calor que sentía, un calor tan agobiante incrementado por el racionamiento de agua que, tanto él como sus hombres, seguían a rajatabla. No tenía ganas de cenar, así que despidió con un ademán displicente de la mano a su asistente personal cuando este vino a ofrecerle un refrigerio, y siguió calculando la ruta óptima mediante la cual propinar un golpe decisivo a las tropas inglesas. Cuando escuchó que la tela que cubría la entrada se abría de nuevo, se giró molesto para reprender a su asistente: —Ya le he dicho que no deseo nada… ¡Oh! Se interrumpió al ver la alta figura, envuelta en ropas que, al principio, le recordaron a las de los tuaregs. Echó mano a su cadera para coger la Luger y disparar al recién llegado; supuso que se trataba de un indígena de algún poblado cercano que iba a descubrir la eficiencia de los castigos germanos. Al mismo tiempo, pensó que ese castigo también habría de extenderse a los centinelas destacados en el perímetro del campamento. —Eso no es necesario —dijo el intruso sin mover los labios. Para su pasmo y sorpresa, Walter se vio obligado a obedecer y, como un cachorro obediente, se sentó en la silla junto a la mesa cuando el hombre se la señaló. Incapaz de dar siquiera la voz de alarma, se fijó con atención en él: alto, le sacaría casi dos cabezas al propio Walter, de movimientos fluidos y suaves que le recordaron a las ondas producidas en un estanque por la leve brisa primaveral, dejaba tras de sí una suerte de estela vaporosa, un borrón de movimiento en el que parecían fundirse, en un sfumato terrorífico, las prendas del ser —Walter supo que no podía llamarlo hombre— con el fondo de su campo visual. La cara asomaba entre las telas malvas que cubrían al intruso, y esta era negra, tan negra como el cielo sin estrellas de las noches septentrionales. Un par de puntos rojizos, como ascuas de las hogueras del Infierno, lo miraban horadando su alma, y Walter sintió pavor como nunca en su vida: ni siquiera comandando sus carros hacia el enemigo había sentido tal angustia, tal… horror. —No se angustie, comandante —dijo. Llegó hasta él y se inclinó de forma tal que sus caras quedaron al mismo nivel. La espalda del ser se había doblado para ello de una forma que resultaba imposible para cualquiera—. Solo vengo a agradecerle el tributo que las arenas se han cobrado y se cobrarán mañana, cuando avance sobre las posiciones enemigas. »Una fecha muy significativa para ustedes, la verdad. Es… gracioso. —¿Cómo…? —Walter consiguió balbucear la pregunta, pero lo hizo con debilidad. El terror se incrementó en el comandante cuando un dedo, largo y esquelético, coronado por una larguísima uña que le daba un aspecto de puñal, se posó sobre sus labios. El contacto fue gélido y asqueroso, más allá de toda repulsión concebible, y las lágrimas comenzaron a aflorar a los ojos del alemán. —No tema nada de mí. Hacía muchos, muchos siglos que las arenas no probaban el cobrizo sabor de la sangre humana en tales cantidades. Ustedes han desatado una marea de muerte por la que les estoy profundamente agradecido, en serio. —Había un soniquete de burla en su voz, pese a sus palabras—. Solo les pido que sigan, que continúen su carnicería para mayor gloria de los Antiguos Dioses de esta tierra. Walter pudo pestañear —hasta entonces, ni siquiera había podido hacer tal cosa— y, en lo que duró ese rápido movimiento, el ser había llegado hasta la salida de la tienda. Había entregado su críptico y terrible mensaje, y, aunque Walter quería tumbarse en su catre y cerrar los ojos con la esperanza de que, al despertar, todo hubiera sido un mal sueño, sacó fuerzas para decir: —¿Dónde va? El ser se giró y sonrió para contestar: —A dar el mismo mensaje al comandante inglés, por supuesto.

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1: Tottensonntag (“Domingo de los muertos”) es como nuestro Día de los Muertos, en Alemania, que tiene lugar el domingo entre el 20 y el 26 de noviembre. En ese día tuvo lugar, en 1941, una encarnizada batalla en el norte de África entre el ejército alemán y tropas sudafricanas de la Corona Británica, con el resultado de numerosos muertos por ambos bandos.

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