Kadath Motors
Para hoy, qué mejor que sentir un escalofrío al leer este relato de Luis M. Núñez. Un vendedor de coches y un plan de los Primigenios para dominar el mundo gracias al poder del motor de combustión... Un texto con el que se homenajea la creación de H.P. Lovecraft.
KADATH MOTORS

—¡Adelante, por favor!
El vendedor lo recibió con una enorme sonrisa en el rostro rasurado y un tono de voz casi estentóreo, indicativo de la gran cantidad de energía que estaba dispuesto a gastar en la consecución de su objetivo: vender uno de los automóviles que exponía en el concesionario.
El cliente respondió al efusivo saludo con un ademán de cabeza —ni muy sincero, ni muy falso, tan solo cortés— y dio unos cuantos pasos en el interior del local hasta que su vector de movimiento colisionó con el del trajeado dependiente. No pudo evitar fijarse en que todo en él irradiaba elegancia: alto, de hombros anchos, la americana gris suave le quedaba como un guante, y la corbata a franjas rosas y grises sobre la camisa de blanco marfileño caía con elegancia haciendo que cualquiera que lo mirara siguiera descendiendo la vista para comprobar que el resto del vestuario —el pantalón— combinaba a la perfección con la parte superior del cuerpo.
Todo ello rematado por una cara de mandíbula cuadrada, varonil, de esas que tienen un simpático hoyuelo en el centro, y unos ojos tan azules como el mar frente a las costas de Sidney.
—Ha venido al lugar adecuado para comprar su nuevo coche, señor… —El dependiente tendió su mano, no dando otra opción al hombre que estrechársela. El apretón fue firme, lleno de seguridad en sí mismo.
—Allister —respondió él, soltando la mano y sintiendo de repente que podía confiar en que lo iban a tratar como si fuera de la familia.
—Señor Allister, encantado. Llámeme Bob. —Se señaló y sin abandonar la sonrisa de dientes perfectos, continuó—: Seré su amigo en los próximos minutos. U horas, el tiempo que desee estar aquí hasta que se convenza de que tiene que salir montado en uno de nuestros flamantes vehículos.
—¿No me secuestrará, verdad? —Allister soltó una risilla nerviosa, consciente de la estupidez que había hecho pasar por una broma. Sin embargo, el dependiente se carcajeó con muy buen humor—. Sí, necesito un coche.
—Lo necesita, claro que sí. —Con un ademán del brazo, señaló la exposición de autos para todos los gustos y bolsillos. El concesionario era una rareza en esos tiempos de reconversión del sector automovilístico, en el que las concentraciones de marcas y aumento de las ventas por Internet habían hecho que más y más locales de compra directa cerraran por falta de beneficios—. Todos necesitamos un coche. Y aquí, en Australia, más que en ningún sitio del mundo, ¿no cree?
—Sí, la verdad es que sí —respondió Allister—. Desplazarme en autobús me resulta eterno… y el tren no me gusta.
—¡Por supuesto! La libertad del coche, la comodidad, el no tener que aguantar compañeros de viaje molestos, ¿eh? —Bob guiñó un ojo buscando la complicidad—. Como le decía, amigo, está en el lugar indicado. No ha quitado la vista de esta preciosidad, ¿a que no?
Sin que Allister se diera cuenta, habían llegado junto a un coche compacto de tres puertas, líneas curvas y pintado en gris metalizado. El cartel sobre el parabrisas señalaba su precio, y al cliente le pareció bien tras un rápido cálculo. Decidió que iba a comprarlo, ni siquiera necesitaba que Bob le explicara sus características.
—Me lo llevo —dijo en un arrebato.
—¡Oh! —La sorpresa de Bob fue fingida, tal y como hubiera podido ver cualquiera que contemplase la escena—. Me hace muy feliz, señor Allister. Es nuestra estrella de la temporada. Con unas condiciones de financiación insuperables. Unas prestaciones que ya quisieran nuestros competidores.
»¿Y sabe lo mejor de todo? No consume ni una gota de combustible.
—¿Perdone? —El cliente imaginó que se trataría de un coche eléctrico, o que funcionaría con energía fotovoltaica.
—No, no es lo que se imagina. No es solar. No necesita enchufarlo a ningún sitio. Su motor no es de combustión. Es una innovación exclusiva de Kadath Motors. No tiene que preocuparse jamás de quedarse tirado lejos de una gasolinera o un punto de recarga.
—Es increíble… —Allister se cruzó de brazos y comenzó a rascarse el mentón con cara pensativa.
—Kadath Motors ha descubierto el perpetuum mobile, y lo quiere ofrecer a toda la humanidad. Es nuestro deber para con los consumidores y el medio ambiente, señor Allister. ¡Se acabó la contaminación por emanación de gases! ¡Se acabó esquilmar recursos para mover nuestros coches! ¿Es o no una maravilla?
Allister no necesitó una palabra más para firmar el contrato de compra y salió del concesionario satisfecho a más no poder mientras en la radio sonaba una emisora de folk y Bob agitaba la mano despidiéndose de él. Cuando el coche desapareció de su vista, abandonó por fin la sonrisa y agradeció a los dioses no tener que fingirla más hasta el siguiente cliente.
Una vez en la oficina de la trastienda, miró a la parte sumida en la oscuridad de la sala, una parte que comenzaba justo cuando acababa el escritorio de oficina, y dijo:
—Otro ejemplar vendido.
—Bien. —Una voz lúgubre y cavernosa le respondió desde las sombras—. ¿Cuántos llevamos?
—Veintisiete. Veintisiete en dos semanas. Está siendo espectacular.
—Perfecto. —La oscuridad lanzó una risa triunfal—. Diré a nuestros socios que continúen enviándonos sangre de shoggoth para dar energía a los coches.
Bob asintió e hizo una reverencia respetuosa y, conforme salía del despacho, recordó la primera vez que vio al dueño del concesionario sin su disfraz de piel humana: una extraña y malévola figura de más de dos metros con torso que asemejaba un barril del que salían unos apéndices a modo de tentáculos y otro superior coronado por lo que parecía ser la cabeza del ser, una especie de masa bulbosa con forma de estrella de mar, que le prometió reflotar su negocio de venta de vehículos si hacía lo que le decía.
Y vaya si lo estaba reflotando.
Lo de menos era que quien condujera el vehículo durante una hora se convirtiera en un esclavo de los antiguos, la raza primigenia que colonizó el planeta y había trazado un plan para recuperarlo.
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