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  • Foto del escritorCírculo de Fantasía

El día que llovió fuego sobre Londres

El relato de hoy mezcla historia y terror de corte "lovecraftiano", una peculiar interpretación del pavoroso incendio que sufrió Londres hace unos siglos, por cortesía de Luis M. Núñez...


EL DÍA QUE LLOVIÓ FUEGO SOBRE LONDRES



Corría el año del Señor de 1666. La ciudad de Londres era la orgullosa capital de un imperio en auge, la magnífica metrópoli que albergaba una de las más poderosas familias reales del globo, el lugar donde la cultura más elevada, el lujo más exquisito y la miseria más terrible iban de la mano. Cientos de miles de personas vivían en sus casuchas endebles o en extraordinarios palacios, dependiendo cuál fuera su familia de nacimiento, pero a todas ellas las unía el mismo temor: la Gran Peste.


Hacía un año que se había declarado la enfermedad y la gente moría sin que sus entristecidos familiares pudieran hacer otra cosa que verlos agonizar y morir entre esputos de sangre. Incluso el Rey había dejado Londres, asustado, yendo a refugiarse en Oxford para evitar el contagio. La ciudad había quedado en manos del alcalde Bloodworth, cuya tardanza en ordenar la demolición de casas de manera efectiva, para que actuaran como cortafuegos, hizo que el fuego se extendiera y consumiera la ciudad durante tres días.

Tres días de fuego, horror y muerte, de gritos desesperados, de gente huyendo, de cubos de agua lanzados contra unas pavorosas llamas que danzaban y se hacían dueñas y señoras de Londres.

Desde el horno de Pudding Street hasta la catedral de San Pablo, cuando por fin todo terminó Londres era un montón de ruinas humeantes, y los ciudadanos, al volver, no vieron otra cosa que cenizas allá donde antes había habido una de las más poderosas ciudades del mundo.

Dicen que la conflagración fue de tales dimensiones debido a la gran sequía que sufrió Inglaterra el año de 1665, que la paja omnipresente en los suburbios más pobres hizo que el fuego se extendiera con gran rapidez, que el uso de madera para las construcciones lo alimentó de tal forma que, para cuando llegó a los edificios de mármol y piedra, nada podía pararlo.

Pamplinas.

Yo lo vi. Vi a cientos de personas correr y saltar entre las casas huyendo de las lenguas anaranjadas que buscaban lamerlas con fruición hasta dejar tras de sí cascarones humeantes. Vi las llamas moverse con la elegancia de un baile educado y cortés, danzando y tremolando de un lado a otro buscando sus próximas víctimas.

Lo vi porque yo fui quien desató el fuego purificador sobre Londres.

Hay algo que se olvida: la peste cesó. Ni un solo caso de la enfermedad más se declaró después de que las llamas se apagaran. Sabía que tal cosa ocurriría.

Por eso invoqué al gran Cthuga y su cohorte de vampiros de fuego. Por eso hice que la gigantesca esfera ígnea atravesara el tiempo y el espacio y apareciera en el cielo nocturno de Londres, ofreciéndole la ciudad en sacrificio a su poder.

Cthuga aceptó el cordero que puse ante su altar y lanzó a sus servidores para que prendieran fuego a una ciudad que estaba condenada.

No soy el villano de esta historia.

Soy el salvador de Londres.

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