EL CÍRCULO
Si echabais de menos los relatos del Círculo, preparaos porque hoy os traemos un relato con la más pura fantasía del Circulo, escrito por el compañero Manuel Tomás Llinares Morales, en el que los protagonistas somos quienes formamos el Círculo de fantasía.
Aposentaos plácidamente que el viaje está presto a comenzar.
EL CÍRCULO
Cierto día, de no relevante importancia al caso, cruzóseme un individuo de aspecto azaroso, aunque de no relevante importancia al caso, que en su siniestra mano portaba un voluminoso manuscrito. Acercose a mí, y en un misterioso tono díjome que continuara por un camino a su espalda, siguiendo la marca de un dragón de encogido cuerpo, en el tronco de algunos árboles. Que no desfalleciera ante falsos espejismo y engañosas ilusiones ópticas y sonoras, y continuara el camino sin desviarme de la senda. Que de tal manera llegaría al lar de mi destino. Dicho esto, mis ojos fijáronse en el comienzo de tal senda, y al volver la mirada, aquel misterioso individuo habíase esfumado como el viento. Tras un instante de sorpresa, atraído por esa nerviosa curiosidad que todo humano alberga en su interior, mis pies, como por sí solos actuaran, lleváronme a seguir aquel desconocido camino. Conforme avanzaba, un espeso bosque surcaba el trayecto a ambos flancos, mientras la luz del día volvíase más tenue a medida que me internaba en aquel desconocido umbral. De repente, comenzaron a escucharse ligeros ruidos de pequeñas ramas o raíces al ser pisadas, o tal vez caminares sobre un lecho de secas hojas. La duda embargábame en si mi decisión de si transitar por allí había sido lo correcto. Mas ante ella, no podía parar ni retroceder, seguía avanzando, eso sí, con cierta cautela y ojo avizor a cualquier cosa aun sin saber qué. Aquellos ligeros ruidos, los vino a acompañar un entrecortado resoplar como el de una bestia. Mis sentidos permanecían a flor de piel mientras los ojos agudizaban su campo de visión, atentos a cualquier repentina sorpresa, de la índole que fuera, pues desconocía qué podía suceder. A cada paso que daba, la falta de luz hacíase más notoria, hasta tal punto que una envolvente bruma acariciábame los pies. Y fue entonces, cuando a no muy lejos surgió de la nada la llama de una antorcha que alumbraba una silueta. Mi caminar acelerose por voluntad propia y no tardé en hallarme junto a aquella antorcha que permaneció inmóvil hasta mi llegada. Y mis ojos abriéronse al máximo al ser espectador de lo que contemplaban. La antorcha era portada por una hermosa dama-elfo de puntiagudas orejas, blanquecina piel y larga melena oscura de cabellos ensortijados; con un arco transportado entre su espalda y sus pechos, con su carcaj lleno de doradas saetas. Quedámonos contemplándonos en silencio durante un breve instante, hasta que dirigiose a mí con un dulce tono de voz.
DAMA-ELFO. —Sed bienvenido, forastero. Mi nombre es Virginia y seré vuestra guía en el continuar de este trayecto.
Mas no temáis en vuestro caminar, de cualquier bestia imaginada o por imaginar, o nefasta adversidad. Pues no estamos desprotegidos ni solos, en este viaje.
Mudo de palabras encontrábame cuando la dama chasqueó sus dedos.
De entre la maleza apareció un corpulento individuo de aspecto rudo y a su vez bonachón, que uniose a nosotros.
VIRGINIA. —No temáis, es Manolo. Nuestro guerrero literario que con su natural arma, su incisiva y rápida imaginación, os protegerá de todo contratiempo. Mas no es nuestro único acompañante.
Os habréis dado cuenta de unos ligeros crujidos y resoplidos que parecen como seguiros. Es Miguel, nuestra criatura lovecraftiana que muévese entre la maleza, protegiendo terrestremente esta ruta. Disculpadle que no se muestre, de momento, pues es de naturaleza tímida desde que un hechizo le privó de cabello y le otorgó un particular sentido del humor, pero es fiel compañero.
Si miráis en lo alto de aquellas ramas, alcanzaréis a ver a nuestra guerrera arbórea Amanecer, ella despejará cualquier peligro por venir con el disparo de sus saetas apalabradas.
Y ahí delante de nosotros, tenemos abriéndonos camino a nuestro explorador literario Carlos a lomos de su lobo de dos cabezas amaestrado cual caballo de grande.
Hechas tan sorprendentes presentaciones y permaneciendo en mi asombrada y continua mudez, reanudamos la marcha.
No a poco caminado, oyéronse estremecedores aullidos. VIRGINIA.— Licántropos acercándose. Olisquearon vuestro rastro de novato escribano del que despréndense algunas frases y versos en el aire. Pues para ellos tan solo sois carne fresca. Mas no os preocupéis, Miguel dará buena cuenta de ellos. Los aullidos acercáronse más por el flanco derecho y Carlos mandó apresurar la marcha. Al momento comenzó lo que debía ser un encarnizado combate, pues la maleza agitábase como enloquecida entre un griterío de aullidos y rugidos. Caminaba sin detenerme y de vez en cuando giraba la cabeza atisbando lo sucedido en retaguardia, y entonces, detúveme al contemplar aquella escena. Aullidos, rugidos y maleza agitada cesaron ahogándose en un tenso silencio tras nos. Y de la frondosidad surgió una silueta de aspecto humano, que alzó su brazo derecho y de su puño mostró el dedo pulgar. Supuse que aquel gesto debía ser parte del particular sentido del humor de Miguel, diciéndonos que el problema del ataque lobezno había terminado satisfactoriamente. Aún en estado de contemplación, una mano me agarró del brazo y tiró de mí. Era Virginia para que no me detuviera. Seguimos avanzando dejando atrás aquel tramo del bosque, y esta vez era Manolo quien abría paso con la antorcha de Virginia, quien empuñaba su arco presto para disparar. Pues Carlos, en el costado siniestro del camino, manejaba a su criatura bicéfala, la cual, con sus mandíbulas daba buena cuenta de un par de licántropos. El frenético ataque de aquellas criaturas no cesaba y atacáronnos al unísono por ambos flancos. Y fue Amanecer quien, desde los árboles, disparando sus saetas apalabradas con inusitada velocidad de disparo, cual el mismísimo Legolas, abatía a los del flanco izquierdo. Mientras que Virginia hacía lo propio con los del flanco diestro, tras convertir mediante unas élficas palabras sus flechas doradas en plateadas. El número de atacantes crecía y crecía. Y por primera vez vi actuar a Manolo. Con un bolígrafo en su mano diestra comenzó a escribir invisibles frases en el aire, con una destreza digna de admirar. Mas por increíble que parezca, pues hay que verlo para creerlo, aquellas no vistas frases crearon como unos muros de contención que retenía a las criaturas apartadas de nosotros. De nuevo quedé inmóvil, como petrificado ante tal escena. VIRGINIA. —¡Rápido! ¡Moveos y seguid! Al verme preocupado por Manolo, y como si leyera mi mente, díjome lo siguiente: VIRGINIA. —No temáis por él. Con su natural imaginación saldrá de esta situación, siempre lo hace, y volverá a reunirse con nosotros más adelante. Carlos nos adelantó con su criatura bicéfala al frente del camino, y yo seguí tras Virginia. Allí quedáronse Manolo con sus muros invisibles y Amanecer disparando saetas. La frondosidad del bosque fue tornándose por el camino en un paraje desolado, apocalíptico, como de ciudad arrasada, destruida como por terremoto o guerra. El camino se transformó en estrecha carretera. Carlos y su criatura aminoraron el paso, escrutando el lugar, al igual que hicimos Virginia y yo. Aquel tenso silencio, acompañado de una inquietante soledad, presagiaba alguna mala nueva. Y no equivocome. VIRGINIA. —¡Ojo avizor! Estamos en territorio zombi. Tenemos que cruzar la ciudad por esta carretera que la atraviesa de lado a lado. No es muy larga, pero está plagada de tales criaturas. Avanzábamos con sigilo. La desolación del paisaje acompañábanos por todas partes. Una extraña sensación apoderose de mí.; sentíame como observado, vigilado. El bicéfalo lobo olisqueaba el aire cuando detúvose y de sus gargantas emitieron un aterrador rugido. Ese fue su aviso. De entre las ruinas fueron apareciendo aquellos muertos-vivientes. Seres viles, deformados y destrozados por la infección, que ansiaban nuestra carne. En un abrir y cerrar de ojos, los zombis aumentaban en número surgiendo por todas partes. Así era, que pensé que nuestra hora había llegado, pero antes, nos llevaríamos por delante a unos cuantos. El combate estaba presto a su inicio. Mas en ese instante, escuchose el inconfundible sonido de un cuerno. Los zombis quedáronse inmóviles cual petrificados. Por retaguardia llegaron a nuestro lado dos individuos. VIRGINIA. —Tranquilo, son ellos. Uno de ellos, de aspecto norteño, el que hizo sonar el cuerno, sostenía en sus manos dos grandes hachas de doble filo. El otro, de mediana estatura y de aspecto parecido a enano del Hobbit, desenvainó dos katanas de su espalda: una normal, y en la otra, flameaban unas llamas. VIRGINIA. —Ellos son Manuel, el de las hachas, y Angar. Nos van a ayudar a cruzar la ciudad. Tomad posiciones. Corred como si no hubiera un mañana, y no os detengáis por nada o seréis infectados. Hay que cruzar la carretera como sea. Y recordad, decapitar a estos seres es la única forma de eliminarlos.
Con Carlos al frente, Manuel y Angar colocáronse en los flancos mientras Virginia, que desenvainó una espada de toledano acero, cubría la retaguardia. Prestos para partir, Carlos desenvainó su espada, sujeta con cinchas a la espalda, cual Conan. La alzó, hizo una señal y comenzamos la frenética carrera. La criatura bicéfala fue abriendo paso arrollando a los zombis que se le cruzaban, al tiempo que Carlos repartía mandobles a diestro y siniestro a su lomo, decapitando a aquellos seres. Manuel era como un molinillo manejando las hachas, dando tajos por doquier sin siquiera dejarlos acercase. Angar daba largos tajos a diestro y del revés con su katana ardiente, consiguiendo decapitar a varios a la vez de un solo golpe. Al mismo tiempo que con las llamas de dicha katana, prendía las haraposas vestimentas de sus víctimas. La destreza con la que Virginia manejaba su espada, era tan asombrosa como la delicadeza, fragilidad y dulzura que desprendía aquella bella dama-elfo. Mas como yo no podía permanecer impasible, con mi prestada katana acudía a tapar los posibles huecos. La carretera parecía no tener fin, y tras nosotros se amontonaba un reguero de cadáveres. VIRGINIA. —¡Ánimo! Un último esfuerzo que estamos llegando ya. A punto de agotar nuestras fuerzas, apuramos las internas reservas y conseguimos llegar al final de la carretera. Al instante cambiamos de escenario de nuevo. Atrás quedó la ciudad en ruinas y los zombis supervivientes, que por algún motivo que desconocía, no se atrevían a abandonarla. Ahora nos encontrábamos en lo alto de una verde colina que descendía a una ancha pradera, que daba a otra colina. VIRGINIA. —Esta va a ser la batalla final, si conseguimos vencer, llegaremos al reino del Círculo de Fantasía, pero para ello, vamos a necesitar de la ayuda de todos los circulianos que estén dispuestos. Dicho esto, volvieron a nuestro lado Amanecer, con sus saetas apalabradas; Manolo, con su rápida y protectora imaginación, y Miguel, la criatura lovecraftiana, un humano normal, aunque de apariencia tímida. Pero no fueron los únicos, a continuación, se nos unió un pequeño grupo de guerreros y guerreras. De los que recuerdo algunos nombres tras sérmelos presentados: Jesús y Virginia, dos jinetes de unicornios voladores; Miquel, un saltador del tiempo; Luis, un soldado de fortuna medievo; Juanma, un pasajero de mundos paralelos: Rayco, un cazador de extraños seres y venido de ultramar; Desirée, bella guerrera con poderes paranormales; JC, un escurridizo cambiaformas; Sergio, un aventurero de conspiraciones; Isabel, una hábil combatiente de pies ligeros y difícil de atrapar; JG, Gorka, Nicky, Patrick, Sandro, David, Calleja, Ureña, Sanchís, Omar, Samir, Gema, y alguno que otro más. Aquel grupo iba provisto de un fantástico arsenal, desde espadas de toda clase, dagas, puñales, arcos, ballestas, hachas, cachiporras, lanzas, tridentes, látigos, cerbatanas, revólveres, Winchester, ametralladoras de manivela, e incluso un par de morteros, etc. ¿Pero quién era el enemigo? ¿A qué nos teníamos que enfrentar? Estas preguntas hacíame, cuando de repente, de la colina de enfrente comenzaron a descender un gran número de orcos, trasgos, trolls, licántropos, vampiros, zombis, faunos, centauros, gárgolas hipogrifos, etc., y cualquier criatura mitológica, de leyenda o aparecida en los libros de fantasía. Organizámonos sin movernos de nuestra colina. Creáronse cuatro fases de ataque. La primera: los arqueros. La segunda: armas de fuego. La tercera: los guerreros prestos para el contraataque. Y la cuarta fase: los dos morteros. La batalla comenzó. Tales viles criaturas comenzaron el ascenso a nuestra colina. La fase cuatro y la uno, entraron en acción. Los morteros escupían sin descanso sus proyectiles a discreción, diezmando al enemigo sin saber por dónde era atacado. Arqueros y ballesteros de rápidos y letales disparos, frenaron la primera avanzada. Mas para darles un respiro, entraron en acción las armas de fuego, que consiguieron frenar la segunda oleada. Mientras tanto, desde el aire y a lomos de sus unicornios voladores, Jesús y Lourdes lanzaban pócimas explosivas al enemigo. Ante el tercer ataque, uniéronse al mismo tiempo arqueros, ballesteros y armas de fuego. Y llegó el momento de la tercera fase, el momento de cargar. Dejamos arcos, ballestas y armas de fuego, salvo los revólveres, cogimos las armas de filo y nos lanzamos colina abajo. Arrasábamos al enemigo cual alud de destrucción. Tajos, mandobles y cuchilladas surgían por doquier en un torbellino de metal de hierro y acero. La bravura y el compañerismo de aquellos guerreros era de tal generosidad que ninguno se quedaba atrás. Mas cierto es, que su propia fantasía parecía proporcionarles un aura de impenetrable protección. El combate convirtiose de alto grado cruento. La verde pradera teñíase de rojo sangre y los cadáveres cubrían el manto de hierba. Los bravos guerreros atacaban y defendíanse pero el número de enemigos aumentaba más y más. De repente, el cielo pareció explotar. Un rugido atronador fue traído con el aire. Y entonces, fue cuando lo vi por primera vez. Con majestuosidad surcaba el cielo al que aquellos guerreros dijéronme ser el dragón de Stygia, el estandarte del Círculo de Fantasía, aquel que había visto marcado en los troncos de los árboles que me guiaron. Dejó de aletear y lanzóse en picado sobre el campo de batalla, lanzando bocanadas de fuego selectivo, arrasando al enemigo que huía despavorido, y al que los guerreros fueron diezmando hasta acabar con todos. Terminada la batalla, el dragón alzó el vuelo, dio otro fuerte rugido y perdiose en el cielo. VIRGINIA. —La batalla ha terminado. Marchemos hacia la colina enemiga, pues tras ella, habremos llegado al Círculo de Fantasía, nuestro hogar literario. Agotados, heridos y magullados, avanzamos con orgullo hacia nuestro destino, nuestro hogar de las letras y la fantasía. Mas por el camino, al que llaman Manolo, y también el trovador de las sombras, improvisó unos versos que quedáronse en mi cabeza y que así decían: Allende el horizonte de la fantasía, ocúltase entre las brumas de la imaginación, el reino literario de Stygia. El lar de poetas y escribanos circulianos Caballeros y doncellas de la prosa y los versos más fantasiosos salidos de corazón humano, que lector o trovador pueda leer o recitar. Y así fue cómo al despertar aquella mañana con aquel premonitorio sueño nocturno, me convertí en uno más de aquellos escritores independientes del grupo literario Círculo de Fantasía. Grupo que no se encuentra tras aquella colina enemiga sino, en el corazón de todos y cada uno de esos bravos guerreros literarios, grupo al que tengo el honor de pertenecer.
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