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Foto del escritorCírculo de Fantasía

Y LLEGÓ A ESPAÑA

Hoy tenemos un relato de Manuel Tomás Llinares que nos puede ayudar a sobrellevar esta pandemia. Y, desde aquí, nos sumamos a los llamamientos a actuar con responsabilidad ante esta crisis global.

Y llegó a España



Lo que siempre parecía lejos. Lo que parecía que no iba a llegar. Lo que el Gobierno trataba de tranquilizar y aseguraba que estaba preparado para actuar, habiendo superado ya otros casos parecidos, empezó a preocupar cuando además de en el país de origen y alrededores, llegó a Italia.

Así y todo, los aeropuertos siguieron abiertos a vuelos procedentes de tales lugares señalados, y sin ni siquiera pasar un simple control de toma de temperatura a los pasajeros que llegaban.

Por distintas partes del país, surgían posibles casos de contagio que acababan dando resultados negativos.

Solo era cuestión de tiempo, y al final llegó a España. Sí, llegó el «corona-virus».

A pesar de tener controlados los casos existentes, uno en Canarias y otro en Barcelona, empezaron a surgir simultáneamente en Madrid, la costa mediterránea, la atlántica y la cantábrica, además de en las Baleares. Al principio no llegó a Ceuta ni a Melilla. Pero no tardó mucho en llegar, llevado por la gente de la península que intentaba refugiarse allí.

Marruecos no se lo pensó mucho y cerró sus fronteras, al tiempo que colocó unas patrulleras frente a las costas, al igual que hizo en su litoral frente a las Canarias.

España se quejó enérgicamente frente a la Unión Europea, pero una vez más, nos abandonaron con su actuación políticamente correcta con Marruecos.

El virus se fue expandiendo con rapidez entre las personas de avanzada edad y con alguna patología previa, que resultaron ser las primeras víctimas.

Aunque por razones humanitarias no se hacía oficial, comenzó a circular el rumor de que metafóricamente el Gobierno se frotaba las manos con tales fallecimientos, al ahorrarse el pago de las correspondientes jubilaciones.

El pánico y la histeria colectiva hicieron acto de presencia cuando la población quiso proveerse de mascarillas y estaban agotadas en todo el territorio español. Los residentes chinos habían arrasado con ellas tanto para uso propio como para enviarlas a su país. Incluso en las ferreterías y grandes superficies de bricolaje, se habían agotado las mascarillas que suelen usar los pintores.

El pánico también se extendió en cuanto al acopio de alimentos, bebidas y otros artículos, terminando con las existencias en supermercados y grandes superficies comerciales. Incluso las tiendas de barrio hicieron su agosto.

También se acabaron las existencias de los conocidos geles con alcohol para las manos.

El Gobierno, tímidamente seguía negando la evidencia; llamando a la calma a los ciudadanos y ciudadanas, sin distinción de sexo, género, religión o política. Sin embargo, algunos de aquellos líderes políticos que intentaban controlar la situación de alerta máxima, fueron como se suele decir, los primeros en “abandonar el barco”.

Una vez más, la población tuvo que mirar y preocuparse por sí misma, pero como siempre, y presa del pánico, actuó desordenadamente al lema de “sálvese quien pueda”; no al estilo y filosofía oriental tipo ejemplo japonés en las grandes desgracias.

Curiosamente, fue llegar el virus a España y la OMS no tardó en decretar la pandemia a nivel mundial.

La situación empeoró al dar un nuevo giro el virus. Esta vez se dirigió a por la gente mayor de 50 años. Era como si siguiera una especie de misterioso patrón generacional. Una especie de selección natural darwiniana.

De nuevo y aunque por razones humanitarias no se hacía oficial, comenzó a circular el rumor de que metafóricamente, el Gobierno se frotaba las manos con tales fallecimientos el ver reducida la tasa del desempleo en el INEM.

Pues sí, como la crueldad humana no conoce el respeto ni la delicadeza, y amparados en la «libertad de expresión», surgió en las redes sociales una legión de graciososque, con nulo sentido del humor, compulsivamente colgaban memes, emoticonos, fake news, montajes y demás patrañas, creyéndose graciosos y que hacían gracia. Pero lo peor de ello, es que también hubo una legión de seguidores.

Volviendo a la crisis viral, llegó un momento en el que los hospitales y centros sanitarios ya no daban más de sí con tantos casos de contagio falsos y verdaderos. Los niños dejaron de ir a los colegios y la gente a sus trabajos. Los partidos de fútbol y demás actos deportivos se suspendieron. Al igual que los eventos culturales o de cualquier tipo. Los agricultores que protestaban por su situación laboral, tuvieron que volver con sus tractores a sus campos. Las grandes superficies desabastecidas acabaron cerrando. Los aeropuertos se cerraron tanto para las llegadas como para las salidas. Los turistas quedaron retenidos sin poder marchar por tierra, mar, o aire. Los buques de los cruceros no podían atracar en los puertos, y deambulaban por el mar como islas flotantes. Las pateras dejaron de llegar a España, dando un giro de 180 grados la situación: ahora partían desde las costas españolas en dirección a África. Sin embargo, los países africanos del Mediterráneo, con sus patrulleras y fragatas crearon un cordón de bloqueo marítimo, impidiendo el acceso de dichas pateras a sus países. Y los barcos humanitarios se encargaron de recoger a estos españoles a los que ningún puerto quería acoger. En el Mediterráneo se creó un caos de tráfico marítimo entre los cruceros, las pateras, patrulleras, fragatas, pescadores, e incluso la IV Flota americana que recibió órdenes de no regresar a Estados Unidos hasta nuevo aviso. No tardaron en surgir los primeros actos de vandalismo y pillaje. Etc., etc., etc.

El caos se fue apoderando del país. El reciente gobierno de coalición de partidos progresistas se vio desbordado, superado con el «síntoma del novato» ante tal situación, con lo cual no tuvo más remedio que reaccionar y tomar cartas en el asunto el Ejército. Eso sí, dejando claro que no se trataba de un golpe de estado sino de una toma de control nacional momentánea, ante una situación de extrema urgencia.

Con sus trajes y máscaras de guerra biológica, los soldados tomaron las capitales de provincia decretando un «estado de sitio» con cuarentena domiciliaria, para que la gente permaneciera en sus casas salvo urgencias. Para ello, se facilitaron unas líneas telefónicas para comunicarse con ellos en casos urgentes o de abastecimiento logístico de alimentos y medicinas.

Poco a poco, la situación se normalizó, e incluso la acción del virus pareció estabilizarse, como si diera una tregua.

Mientras tanto, en Benidorm, sucedió algo que cambiaría el rumbo de la situación.

En un edificio en el que vivía una de tantas personas con su familia, y en el que también vivía la madre (una señora de más de 80 años) de dicha persona, sucedió que la señora empezó a manifestar los síntomas que producía el virus.

Ante tal situación, su hijo llamó al 112 para informar del caso. No tardó mucho en presentarse un médico escoltado por un militar, ambos con guantes y mascarillas, en el domicilio de la señora.

Realizadas las pruebas pertinentes, la señora dio positivo. El médico le suministró la medicación correspondiente como si fuera un proceso gripal, e informó al hijo de que debía permanecer en cuarentena domiciliaria, y que transcurridas dos semanas volvería para hacerle nuevas pruebas. El soldado se quedó vigilando el domicilio en turnos con relevo.

Los primeros días fueron duros para la señora, después, la cosa pareció estabilizarse un poco.

El hijo, a través de la ventana enrejada de la casa de la señora, que daba al pasillo de la escalera, le suministraba alimentos, bebidas y cualquier cosa que necesitara.

Una mañana, el soldado de guardia, avisó al hijo de que la señora estaba tosiendo con bastante frecuencia. Tras visitarla desde la ventana y comprobar que seguía tosiendo, se marchó a su casa y al momento regresó con un vaso que contenía una bebida cliente de color entre blanco y amarillento. La mujer se la tomó y un rato después cesó la tos.

Visto el buen efecto de la bebida, por la noche, el hijo le llevó otro vaso con el mismo líquido.

Y así fue cómo el hijo tomó el hábito de llevarle por las mañanas y por las noches, el vaso con su líquido caliente.

Transcurridos unos días, de nuevo, el soldado de guardia requirió la presencia del hijo, quien acudió a toda prisa a la ventana, quedándose sorprendido al ver cómo estaba su madre. La señora parecía gozar de un perfecto estado de salud., tanto que, estaba canturreando canciones de su época. Los síntomas febriles y la tos habían desaparecido. Ante el temor de que se tratara de alguna secuela o trastorno de demencia, llamó al 112.

Se presentó un médico y tras examinar a la paciente, comprobó que no se trataba de ningún brote de locura, simplemente la señora estaba contenta. Es más, quedó sorprendido por la rápida recuperación de la señora y acto seguido le dio el alta.

No pudiendo aguantar su curiosidad, antes de marcharse, el soldado le preguntó al hijo qué bebida le dio a su madre. Y cuando le contestó, no pudo evitar esbozar una gran sonrisa seguida de una espontánea carcajada.

Pero la cosa no quedó ahí. El soldado, al llegar a su cuartel dio parte a su superior de la rápida y milagrosa curación de la señora, gracias a la bebida que le suministró su hijo.

Escuchado el parte, y después de una carcajada, el superior decidió informar al siguiente mando. Tras una cadena de carcajadas, la información fue pasando de un mando a otro hasta llegar al Alto Mando. Quien para no pillarse los dedos y ser el hazmerreír nacional, decidió probar dicha bebida con algunos soldados contagiados.

Sin tiempo que perder, el soldado con una pequeña escolta, se presentó en la casa del hijo de la señora y amablemente, le pidió que le acompañara al cuartel. No tuvo ningún inconveniente y les acompañó.

Ya en el cuartel, se reunió en un despacho con los mandos. El superior le explicó la situación y le pidió que preparara una cantidad de la misma bebida que le dio a su madre, para probar con unos soldados contagiados y ver si realmente era curativa o había sido una simple casualidad.

Con todos los ingredientes necesarios en una mesa, preparó la bebida en el interior de una gran cuba. Una vez finalizada la mezcla, informó que solo faltaba calentarla un poco.

Dada la orden pertinente, la cuba fue retirada por unos soldados y llevada al hospital militar, en donde se repartieron las dosis de la bebida entre los soldados contagiados.

Unos días más tarde, llamaron a la puerta del hijo de la señora que se recuperó del virus, quien al abrir, se encontró frente al soldado de siempre. Tras unos segundos de tenso silencio, el soldado sonrió y le dio un fuerte abrazo. ¡La bebida había funcionado! Los soldados contagiados se recuperaron. ¡Ya tenían el antídoto! Y no era una vacuna.

Con el as bajo la manga de los resultados obtenidos, el Alto Mando se decidió a dar el paso e informó de todo al ministro de Defensa, quien inmediatamente informó al presidente del Gobierno, quien a su vez informó al Rey.

Terminadas las correspondientes y espontáneas carcajadas, y bajo secreto nacional, se decidió probar la bebida en diferentes hospitales civiles para verificar los resultados durante unos días.

Y la bebida funcionó.

Al día siguiente, el presidente del Gobierno convocó una rueda de prensa urgente. A la que acudieron todos los medios informativos, y en la que apareció acompañado de un desconocido.

PRESIDENTE ¡Queridos ciudadanos y ciudadanas! ¡Querida ciudadanía! Aunque muchas veces se ha tachado a este nuestro país, nuestra nación, nuestro estado, compuesto por comunidades con singularidad propia; aunque muchas veces se nos ha tachado de país de pícaros, es un honor para mí anunciarles que, gracias a esa picaresca imaginación de nuestras gentes, España ha encontrado el antídoto contra el maldito «corona-virus».

Y aquí, a mi lado, tenemos a su descubridor. Quien a continuación les va a explicar la fórmula del antídoto, para que la compartan por todo el mundo.

DESCUBRIDOR —¡Buenas! Me llamo Manolo y vivo en Benidorm.

El antídoto es una bebida compuesta por leche templada, yema de huevo y un chorrito de coñac, es decir, un «ponche».

Y así fue cómo España se salvó, y salvó al mundo del maldito «corona-virus».

De lo que aconteció con Manolo a partir de aquel día, es otra historia, que tal vez algún día sea contada por él mismo, aunque sí se puede decir que llegó a estar propuesto para el Nobel.

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