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L. M. Bianchi

Nací en Buenos Aires, Argentina, en el año 1975. Desde que tengo uso de razón he sentido una inmensa pasión por la naturaleza y la literatura. Desde las fábulas de Esopo pasé a los clásicos de Verne, Salgari, Stevenson, Twain y demás. Piratas, corsarios, exploradores, selvas y playas desconocidas, islas misteriosas, valles inexpugnables; aquél era mi eterno viaje imaginario durante las noches, antes de dormir. Al día siguiente, al regreso de la escuela, corría a jugar con mis amigos del barrio, junto al arroyo que discurría calle abajo, a pocos metros de casa, para juntar grillos, arañas y renacuajos, mientras imaginábamos alguna loca aventura que hubiese correspondido a otro tiempo y a otro lugar.


Más adelante, en mi adolescencia, descubrí a dos genios que inspirarían mi futura carrera literaria: J.R.R. Tolkien y Robert Howard. Desde entonces me he sentido especialmente atraído por la mitología y las leyendas del mundo antiguo y sus diversas culturas, las que conforman la sangre de la que se nutre el género fantástico.


En el año 2002, recibido de profesor de educación física y guardavidas, me mudé a la ciudad de Miramar, donde pasaba mis veranos desde la infancia. Mi sueño más grande estaba cumplido: vivir junto al mar, trabajar en la playa y convertirme en un surfista de alma. Mi siguiente sueño, el de escribir novelas, llegó tiempo después. Para entonces había tenido una hermosa hija (Sofía) y había plantado un árbol (varios, en realidad). Faltaba el libro, y a pesar de que venía haciendo intentos desde años atrás, con narraciones humorísticas y una trilogía de fantasía juvenil, aún no había encontrado mi estilo, aquello que verdaderamente tenía necesidad de transmitir.


Así, en el 2014, terminé mi primera novela de calidad, Vientos de Revolución, y al releerla y corregirla supe que por fin había encontrado el camino. La novela es, sencillamente, todo lo que yo espero encontrar en un libro de fantasía para adultos.


Bien, escribí el libro. ¿Doy por cumplido mi sueño?, por supuesto que no, porque aún tengo historias que contar, historias de un tiempo remoto, de mundo antiguos, de los tiempos de la espada. Esas historias que antaño solían narrarse junto a un fuego; historias de guerra, de muerte, de odio, traiciones y sucesos extraños, inexplicables, que trascienden las eras para llegar a nuestro tiempo en forma de mitos. Pero también historias de amor, de honor, de héroes anónimos y amistades inquebrantables.


El mundo antiguo es para mí un refugio imperecedero: hacia allí viajo con la mente, desde allí sueño, lo contemplo y lo moldeo a mi antojo, para regresar a la «realidad» cargado de sucesos y acontecimientos. Nuevas historias que contar. Y me siento muy honrado por tu interés en conocerlas.

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